El impacto del uso de pantallas en niños: ¿calma real o desconexión emocional?

Hace unos días, durante una cena familiar en un restaurante, observé una escena que se ha vuelto demasiado común.

En una mesa cercana, una pareja comía junto a sus dos hijos, de aproximadamente 6 y 8 años. Cada niño, sentado al lado de uno de los padres, permanecía en silencio, absorto frente a una tablet. Uno veía dibujos animados, el otro algo parecido a un videojuego. Durante los 40 minutos que estuvimos allí, el algoritmo hizo su trabajo: un video tras otro, sin pausa, sin interrupción, sin interacción.

Los padres conversaban entre ellos. No sé de qué hablaban, pero lo que sí quedó claro fue que, en ese tiempo, no hubo cruce de miradas, preguntas ni palabras dirigidas a los niños. Solo la calma que provoca el brillo de una pantalla.

Sé que muchas veces las tablets o celulares parecen la solución perfecta para tener una comida en paz o un trayecto en silencio. Pero me preocupa que estemos normalizando ese silencio como parte de la crianza. Como si evitar el alboroto significara educar con tranquilidad. Y no es lo mismo.

Como comunicador social y como alguien que ha trabajado por años en el área de la comunicación interpersonal, he aprendido que no todo silencio es positivo. Hay silencios que conectan… y silencios que aíslan. Y cuando esos silencios vienen de una pantalla que hipnotiza, deberíamos preguntarnos: ¿qué estamos dejando de enseñarles a nuestros hijos en esos momentos?

Esta escena no es un caso aislado. La vemos en casa, en el auto, en el parque. Niños con la vista fija en un dispositivo, mientras el mundo —su mundo— pasa a su alrededor sin ser notado. Sin olores, sin colores reales, sin voces humanas que les hablen directamente.

Al permitir un uso excesivo de pantallas en la infancia, les estamos restando experiencias fundamentales para su desarrollo sensorial y emocional: mirar, preguntar, explorar, aburrirse, observar a los demás, saborear la comida, sentir la textura del mundo.

Y si bien esto afecta a todos los niños, el impacto puede ser aún mayor en aquellos con autismo o alguna condición del neurodesarrollo. Para ellos, la estimulación sensorial, el contacto humano, el juego libre y las rutinas fuera de la pantalla son fundamentales. En esos pequeños gestos cotidianos es donde ocurre gran parte del aprendizaje.

Como destaca un reciente artículo de El País, un estudio de la American Psychological Association, con datos de casi 300.000 niños, advierte que el uso intenso de pantallas entre menores de 10 años no solo refleja una posible necesidad emocional, sino que además puede profundizarla, generando un círculo vicioso.

No se trata de satanizar la tecnología. Las tablets, los celulares y las computadoras son herramientas valiosas y forman parte de la vida moderna. Lo que no debemos permitir es que reemplacen los espacios de encuentro, de conversación, de juego compartido y de conexión real.

Un estudio de la Universidad de Michigan, por ejemplo, señala que el uso prolongado de pantallas puede afectar el sueño, aumentar la ansiedad, dificultar la toma de decisiones y reducir la capacidad de atención. Si eso ocurre en adultos, ¿qué consecuencias tendrá en cerebros que todavía están en plena formación?

Esta no es una invitación a eliminar por completo las pantallas. Es una invitación a estar presentes. A darnos cuenta de que una comida, un paseo o una tarde en casa puede ser también un momento para enseñar, para compartir, para mirar a los ojos. Para criar no solo con calma… sino con sentido.


Descubre más desde Integra Vidas

Suscríbete y recibe las últimas noticias en tu correo electrónico.

Contáctanos
Testimonios
Suscribete

Ubicación

📍Calle 30 Norte, casa 36-J, Brisas del Golf, Panamá.

Deja un comentario

Conéctate a Integra Vidas

Suscríbete y recibe recursos, historias reales y herramientas que transforman vidas.

Seguir leyendo